Pablo Remón acaba de presentar el libro que recoge las cinco obras que ha escrito hasta la fecha dentro de su compañía La_Abducción. El libro se llama Abducciones (cinco obras), editado por La uÑaRoTa, e incluye El tratamiento, además de La abducción de Luis Guzmán, 40 años de paz, Barbados, etcétera y Los mariachis. El libro incluye también un epílogo con obras breves e inéditas. Aquí va una de esas obras, junto a una presentación de cómo se escribieron:
“En el verano del 2011 decidí escribir teatro. Como no sabía por dónde empezar, y enfrentarme a una obra me resultaba imposible, me propuse escribir una obrita al día, sin más deseo que el de explorar las posibilidades de la escritura dramática, que resultaron ser infinitas. Copié la idea de mi admirada Suzan-Lori Parks.
Es decir, como no tenía herramientas para escribir una obra, decidí escribir cuarenta. Cada mañana me preguntaba a mí mismo: “¿De qué va la obra de hoy?”. La primera respuesta era válida. Al día siguiente habría otra. La obra del día podía ser terrible, pero había que escribirla. Aquello duró cuarenta días, y estoy seguro de que permitió escribir mi primera obra larga, que en realidad fue la cuarenta y uno. Me engañé a mí mismo, pensando que si ya había escrito tantas, una más no tenía importancia.
Estas obras están escritas en un día, fechadas, y no están reescritas. Fueron escritas desde el margen, desde lo gratuito. Al estar escritas así, no podían tener grandes pretensiones. No las enseñé a nadie. Las escribí, simplemente, por el puro placer de la escritura, y fueron para mí una desintoxicación, una purga, una dieta.
Con el tiempo, me doy cuenta de que todo lo que he escrito después estaba ya apuntado en ellas. También me doy cuenta de que nunca he sido más feliz escribiendo que ese mes en el que cada día suponía un nuevo comienzo y un nuevo final”.
Pablo Remón
Autor y director de ‘El tratamiento’
VARIACIONES SOBRE MI PADRE, IMPORTADOR DE PALÉS EN CHINA
Oscuridad.
El sonido de un avión despegando.
Un foco ilumina al Hijo, uno de los pasajeros.
Pasados unos segundos, se quita el jersey y la camisa que lleva puestas y se queda en camiseta. Pero no lo hace de la manera más común, sino las dos prendas simultáneamente, por la cabeza.
Hijo: Esto lo aprendí de mi padre. Y mi padre lo aprendió de su padre. (Refiriéndose a las dos prendas.) Esto, me refiero. Si desabrochas los dos botones superiores de la camisa, entonces cabe perfectamente por la cabeza, como si fuera un jersey. Y de hecho puede quitarse como si fuera un jersey junto al jersey, si es que llevas un jersey.
Yo calculo que se ahorra medio minuto. Veinte segundos, medio minuto. Por ahí.
Parece poca cosa, pero al cabo de los años… Si se adquiere el hábito. Si se hace de manera inconsciente…
Al ponértelos otra vez se puede hacer lo mismo.
Voy a… Voy a hacerlo para que se vea más claro.
Hace el proceso inverso y se los vuelve a poner.
Ya digo que lo aprendí de mi padre.
Importaba palés de China. Mi padre.
Importaba… Traía. Palés. Palés de chapa, baratos. Los traía en barcos de la costa de China. De los alrededores de Shanghái. Estuvo cuarenta y tres años importando palés de China y vendiéndolos luego por las ciudades costeras. Por el cinturón de acero del norte. Bilbao, La Coruña, Gijón, Santander. Cuarenta y tres años. Antes de que nadie soñara con entrar en China, él traía barcos cargados de palés.
Pero él nunca estuvo en China. Ni una sola vez.
¿Cómo puede un hombre traer palés…? O cualquier otra mercancía, tanto me da. Cualquier otra mercancía. Lo que sea. Figuritas de plástico. Ropa de imitación. ¿Cómo puede traerlas de China, o de cualquier otro sitio, sin…? SIN, repito. Sin estar una sola vez. Ni siquiera al principio, para hacer conexiones y luego ya dejar a alguien encargado allí. Que lleve las cosas como tú las llevarías. Alguien de confianza. No. NI UNA VEZ. En China. O en ese sitio hipotético. ¿QUÉ CLASE DE PERSONA ES CAPAZ DE ALGO ASÍ?
Esa es la pregunta que me ha mantenido en espera, durante estos cinco años. La pregunta que me ha mantenido, digamos, en letargo. Sí. Casi podríamos decir, sin miedo a ser imprecisos, dormido. En letargo. Aletargado.
Pero se ha terminado. Había que hacer algo. Y lo he hecho.
Voy a China. Estoy viajando ahora en un vuelo PanAm 622 con escala en Dubái y destino final Shanghái. Voy a la costa este de China. Voy a ver los barcos y el desarrollo creciente de este país milenario.
Tengo mis propias ideas.
Y mi padre, que está muerto –no lo he dicho, pero está muerto—, viene conmigo. Viene conmigo en la forma de mi hijo. Porque mi hijo viene conmigo.
Está ahora mismo en la cabina, con el piloto, demostrando sus conocimientos.
A mi hijo le he tenido aprendiendo chino desde que nació, y ahora es totalmente bilingüe. A mí se me dan muy mal los idiomas. Pero mi hijo ahora, en el momento del relato, habla mandarín perfectamente, a veces incluso piensa en mandarín.
Tiene sus propias ideas. Y yo lo noto que a veces esconde cosas de mí. En el pensamiento. Con cinco añitos que tiene.
Tenemos ideas, mi hijo y yo. Él más que yo. Él tiene muchas ideas propias en mandarín que yo no entiendo, pero confío. Él sabe más que yo, como mi padre sabía más que yo, como en este ejemplo de la camisa, el jersey, y el ahorro subsecuente de tiempo, que he contado al principio del relato.
Mi padre, sin quererlo, me metió en este viaje. Y ahora estoy en mitad del desierto, sobrevolando Uzbekistán a cuarenta mil pies.
Bilbao, La Coruña, Gijón, Santander. Podría poner más ejemplos pero no los tengo. No aprendí más de mi padre.
Y mi hijo, que se llama como mi padre, que lleva el nombre de mi padre, se viene conmigo a ver los barcos.
Qué misterios nos esperan, le esperan a él. Qué palabras compartirá con sus iguales mientras yo sonrío, sin entender, amable, acordándome de mi padre, que nunca estuvo en China.
Bilbao, La Coruña, Gijón, Santander.
Las luces bajan poco a poco hasta hacerse la oscuridad.
Shanghái.
25 de agosto de 2011.
Fotos: Vanessa Rábade
El tratamiento se representa hasta el 15 de julio de 2018 en El Pavón Teatro Kamikaze.