Cuando leí por primera vez Traición, de Harold Pinter, hace poco más de un año, sabiendo ya que Israel Elejalde planeaba montarla y contar conmigo para el diseño de vestuario, pensé que era realmente un caramelito por muchos motivos: una trama que se desarrolla entre los años 1977 y 1968 –probablemente la década histórica en la que la moda es más cambiante y adopta sus formas más extravagantes–, entre Londres y Venecia, con unos personajes pertenecientes a la clase intelectual-alta inglesa, y un personaje femenino que cumple a la perfección su papel de mujer-objeto, pero objeto de los que se atesoran como una joya, como una pertenencia que se ha de lucir bella y perfecta en cada situación y que, además, se muestra como una mujer liberada y moderna (¡vaya reconocible paradoja!).
Sé que Elejalde adora la elegancia de sus personajes, la fuerza estética de los colores primarios, la unidad en la propuesta estética y la potencia de lo simple pero contundente en lo que se refiere al vestuario, como ya me demostró en La resistencia, primer proyecto en el que trabajamos juntos en los Teatros del Canal. Por eso en Traición el vestuario juega en cada escena a componer el fotograma de una película y nos permite, en la medida de lo posible, realizar un cambio emocional, temporal, estacional y geográfico sobre las tablas.
En el proceso del diseño de vestuario investigué sobre la moda masculina y femenina de finales de los 60 y 70 en Londres, París y Estados Unidos, así como en el cine de la época –los últimos años de la Nouvelle Vague– y la música. Pero, sobre todo, seguí la trayectoria estética de algunos iconos de la época como es el caso de Jane Birkin y Serge Gainsbourg. El parecido físico que más tarde descubrí cuando conocí a Irene Arcos, que interpreta el personaje de Emma, con la cantante es pura maravilla del azar. No solo sus rasgos, su delicada fragilidad unida a una fuerte personalidad configuraban el “cóctel Birkin” perfecto para resultar irremediablemente bella y triste. Además de Irene, contar en el reparto con la presencia escénica de Raúl Arévalo y Miki Esparbé fue todo un lujo para vestirles. Hasta las prendas más imposibles de la época lucían elegantes llevadas por ellos.
El hecho de que un vestuario dibuje un personaje no es algo nuevo, como tampoco lo es la interpretación que hace el ojo de un espectador de 2020 de un vestuario de hace 50 años. Como espectadores de hoy, hay juicios estéticos que quería evitar. Necesitaba que el vestuario reinterpretara una época con los valores estéticos de hoy. También que, a través de ese vestuario, los personajes transmitieran emociones que conectasen con el espectador contemporáneo, entre otras cosas.
Para ello, me serví de prendas actuales de aire retro, diseños originales confeccionados por los maestros Luis Espinosa –en sastrería masculina– e Iñaki Cobos –para las prendas femeninas–, mezcladas con prendas originales de la época, algunas de ellas incluso compradas en Inglaterra. En la fusión de estas prendas es imprescindible no reconocer qué piezas son originales y cuáles no, construyendo un vestuario de una época que pertenece a la ficción, pero que en determinados aspectos condiciona a los actores en sus actitudes para no reconocerse como contemporáneas.
El uso del color en el vestuario es otro punto a destacar en este montaje, así como lo es en la escenografía de la gran Monica Borromello, debido a la estructura temporal inversa de esta obra de Pinter y sus saltos en el tiempo. Las dos primeras escenas transcurren en lo que podríamos definir como el momento presente, donde los colores son saturados, contundentes y complementarios y de ahí hacemos un flashback muy cinematográfico en el que escenografía, vestuario y luces pasan al blanco y negro. Aparecen también integrados algunos elementos surrealistas provocando que las escenas adquieran la atmosfera de fragmentos de recuerdos de los personajes.
La belleza escénica resultante forma parte de esa irrealidad con la que habitualmente evocamos recuerdos. Porque desde mi punto de vista, uno de los grandes temas de los que nos habla Pinter en Traición es el recuerdo y la memoria de los acontecimientos. Cómo determinados fragmentos de la vida adquieren la suficiente relevancia para quedarse en el recuerdo para siempre, como los fotogramas de algunas películas. Y cómo algunas prendas de ropa se quedan grabadas en nuestras retinas: el delantal nuevo de Emma, su vestido blanco de boda, etc.
Solo rompemos la embriagadora gama de grises, blancos y negros en la escena final, justo antes de que el maravilloso diseño de luces de Paloma Parra tiña todo de rojo. Es 1968 y Emma aparece vestida de rosa con unos exagerados pendientes, también rosas, de la firma Papiroga. Para mí, este es uno de los momentos más mágicos de la función. Podríamos llamarlo el “recuerdo original”. La decisión de que apareciera el color en esa primera imagen de Emma en el tiempo no responde a un criterio racional. Tras una conversación con Elejalde, ambos estábamos de acuerdo en que debía ser así. Emma debe brillar “como una joya”, en palabras de Jerry. El diseño de sonido de otra grande, Sandra Vicente, otorga a esa escena en concreto un aire de psicodelia que parece descomponer al personaje de Emma como un caleidoscopio de colores pastel. La embriaguez de los personajes no impide que esa primera fotografía mental de Emma quede en la memoria de los tres personajes para siempre.
Por último, no quiero dejar de hablar de la pianista Lucía Rey. La espectadora de todas las escenas desde la escena. En su vestuario no hay ningún cambio, ni siquiera en las pequeñas incursiones sorpresa que hace como personajes. Su presencia es esencial en la composición de la escena y, al mismo tiempo, debe ser invisible. Su vestuario no se puede identificar ni clasificar en una época o estilo concreto, pero no debe destacar ni ser un anacronismo molesto. Algunas referencias como una Brigitte Bardot sesentera, los camareros de los lugares pretendidamente elegantes, e incluso reciclaje de algún otro montaje previo, dieron como resultado el vestuario de la virtuosa pianista que parece conducir el barco emocional de este viaje. O como dice Raúl Arévalo al comienzo de la función, de esta peripecia que esperemos poder disfrutar muy pronto en el Teatro Kamikaze.
Sandra Espinosa
Diseñadora de vestuario de Traición
31 de marzo de 2020
Fotos: Vanessa Rábade
Figurines: Sandra Espinosa