La producción que abrirá la primera temporada del Pavón como Teatro Kamikaze será Idiota, de Jordi Casanovas, considerado como uno de los autores más interesantes del teatro español contemporáneo. El estreno en Madrid de Idiota llegará en el mes de agosto bajo la batuta de Israel Elejalde, que aborda su segundo montaje como director con este inquietante libreto. El artista comparte aquí su flechazo con el texto y la elección de los actores que le darán vida a sus personajes:
“Después de montar Sótano, de Benet i Jornet, mi primera experiencia como director, me puse a buscar textos para volver a dirigir. El proceso de búsqueda es para mí uno de los momentos fundamentales de la creación. Como actor, siempre he intentado, en la medida de mis posibilidades, hacer aquello en lo que creía; textos que provocaran en mí una zozobra, que me hicieran preguntas, que supusieran un reto. El teatro es una forma de ganarme la vida, por supuesto, pero es sobre todo una forma de ver la vida. Si como actor es un pilar fundamental esa identificación, como director es absolutamente vertebral. No podría dirigir nada que no me provoque la sensación de desafío.
Así que en medio de ese proceso de búsqueda me llegó Idiota, de Jordi Casanovas. Había visto Un hombre con gafas de pasta dirigida por él mismo y me pareció un texto insólito: por su temática, por su estructura, por la libertad creativa con la que estaba escrito, por la valentía de sus giros de guión, por la mezcla de géneros. Después vi también Ruz-Bárcenas, un texto en las antípodas del anterior, un ejercicio inteligente de documentalista, sin aparente intervención del autor, pero que dejaba entrever un olfato muy desarrollado para reconocer la teatralidad.
Los antecedentes de su obra eran buenísimos y al acabar de leer Idiota no podía más que confirmar que estaba ante un texto de uno de los mejores dramaturgos del prolijo panorama dramatúrgico español. Idiota es una obra sorprendente. Una comedia hilarante, que causa carcajadas en la primera lectura, un mecanismo perfectamente engrasado para provocar la diversión del público, en la línea de las obras de figurón de nuestro Siglo de Oro… Y, de pronto, todo cambia, la obra gira bruscamente hacia un thriller, obligando al espectador a replantearse todo lo que ha visto, a dejar de reírse del personaje para sentir que él mismo es ese personaje. Como si fuera una muñeca rusa, la obra avanza y nosotros vamos descubriendo que dentro de la muñeca grande hay otra más pequeña que parece esconder la verdad, y luego otra, y otra, para al final ver que tan solo hay una pequeña imagen de nuestros propios miedos.
La obra tenía tan solo un problema, un enorme problema; encontrar un actor capaz de tener al patio de butacas desternillándose de risa durante media hora para después conseguir que ese mismo público se quedara helado durante la otra media hora restante. Se necesita un actor muy bueno. Lo que en el argot teatral llamamos un actor de esos “que juegan en otra liga”. En España hay varios que responden a esa definición, pero están solicitadísimos. No paran de trabajar. Se los rifan. Hice junto con Jordi Buxó y Aitor Tejada, productores del espectáculo, una lista con los actores que para nosotros eran los idóneos. Si no conseguíamos que aceptara alguno de ellos, consideraba que no se podía montar la obra. El primero de la lista era Gonzalo de Castro. Aceptó. El barco estaba en marcha.
Gonzalo de Castro es un torbellino, un actor superdotado, que mezcla lo mejor de nuestra tradición anterior, de nuestros cómicos de toda la vida, con las nuevas formas de hacer. Un actor moderno. Un actor clásico. Un actor cómico. Un actor trágico. Un actor con una paleta infinita. Un enorme actor. A su lado estará Elisabet Gelabert haciendo el antagonista necesario, el muro contra el que choca el protagonista. Una actriz inteligente, rápida, precisa como un bisturí, con una carrera sólida y coherente.
Supongo que hablo demasiado de los actores, es cierto, pero es que yo soy actor y si dirijo es para disfrutar con lo que ellos hacen. Mi trabajo como director es crear la circunstancias necesarias para que el texto vuele a través de sus cuerpos y sus voces. Nada más. El teatro para mí, es eso. Dos actores, un texto. La luz se enciende. La vida fluye. Riamos a carcajadas, sorprendámonos, angustiémonos, reflexionemos juntos. Eso es Idiota”.