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La verdadera habitación de Virginia Woolf

La verdadera habitación de Virginia Woolf
24 noviembre, 2016 quino

Por muy obvia que parezca hoy en día, conviene recordar la conclusión a la que Virginia Woolf llegó en 1928 después de que la universidad femenina de Cambridge le invitara a pronunciar varios discursos sobre el oficio de la mujer novelista: para que una mujer pueda dedicarse a la literatura, esta necesita independencia económica y una habitación propia donde escribir.

La afirmación, recogida en el ensayo Una habitación propia que María Ruiz ha convertido en monólogo protagonizado por Clara Sanchis en El Pavón Teatro Kamikaze, no es por lógica menos reseñable. De hecho, las conclusiones en torno a ella fueron la más notable contribución de Woolf a la tan ansiada emancipación femenina de la sociedad inglesa a principios del siglo XX. Pero, ¿cómo llegó la propia Virginia a conseguir su ‘habitación propia’?

En 1919, Woolf había decidido abandonar el londinense barrio de Bloomsbury, donde surgió el grupo intelectual y artístico del que formaba parte, para trasladarse, junto a su marido Leonard, a los verdes campos de Rodmell, Sussex. Allí adquirieron por 700 libras Monk’s House, una modesta casa en la que Virginia pudo contar por fin con una pequeña habitación para escribir, construida en el jardín a modo de cobertizo y debajo de un granero, pero con grandes ventanales y una vista privilegiada al monte Caburn.

Apartada de la bulliciosa vida de la capital y sin sufrir estrecheces económicas, Virginia podría por fin dedicarse al oficio de escritora. Pero al bucólico paisaje de Sussex se unían distracciones que amenazaban con apartarle de su labor literaria, entre ellas, escuchar a Leonard trabajar en lo alto del granero, las siempre puntuales campanas de la iglesia, el ruido de los niños del colegio cercano o los paseos a la casa de su hermana Vanessa, que vivía no lejos de allí y a la que habitualmente visitaba en bicicleta.

Woolf solía escribir en su cobertizo en verano, todas las mañanas excepto los domingos –en invierno, el frío y la humedad de Sussex obligaban a buscar refugio en el interior de la casa–. Años más tarde trasladaría su “cabaña para escribir”, como solía llamarla, al final del jardín, debajo de un castaño y junto al muro colindante al cementerio de la iglesia.

Woolf solía escribir sobre una tabla colocada en el regazo –tal y como aprendió de su padre, sir Leslie Stephen–, y fue allí donde completó gran parte de sus obras maestras, desde La señora Dalloway a Las olas o Entre actos, además de muchos de sus ensayos, reseñas y cartas. Como aquella demoledora nota de suicidio (“no creo que dos personas puedan haber sido más felices de lo que hemos sido nosotros”) que le dejó a Leonard la mañana del 28 de marzo de 1941, el día que decidió llenar sus bolsillos de piedras y arrojarse al río Ouse para acabar con el sufrimiento que le provocaba la enfermedad mental que le rondaba desde hacía muchos años.

Una habitación propia puede verse en El Pavón Teatro Kamikaze del 5 al 26 de diciembre.