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‘Idiota’ y el Proyecto Milgram

‘Idiota’ y el Proyecto Milgram
26 septiembre, 2016 quino

En 1961, después del enjuiciamiento en Israel de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, llevó a cabo un experimento cuya finalidad era medir la disposición de un ciudadano para obedecer órdenes de una autoridad aunque estas pudieran ir en contra de su sistema de valores y de su moral.

En el juicio, Eichmann se había defendido con el argumento de que él tan solo obedecía órdenes y, por tanto, no era responsable del genocidio del régimen nazi. Su labor consistía en meter a judíos en trenes y organizar los viajes a los campos de exterminio de la forma más eficiente posible. Él no los mataba, tan solo ejecutaba un trabajo administrativo. Obedecía a la autoridad. Ante la pregunta de los jueces sobre si sabía adónde se dirigían esos trenes, él contestó que ese no era su trabajo, ni siquiera se lo planteó.

Aquel juicio fue la semilla del concepto conocido como “la banalidad del mal” de Hannah Arendt, que tanta controversia generó y que dio lugar a un encendido debate sobre la obediencia y la responsabilidad de los ciudadanos a someterse a una autoridad sin plantearse siquiera si se basa en principios morales aceptables. ¿Los alemanes que colaboraron con el holocausto –médicos, funcionarios, soldados…– eran responsables o tan solo lo eran los ideólogos, aquellas personas que estaban en la cúspide del poder? Hannah Arendt fue incluso más lejos: ¿Habrían los propios judíos facilitado el genocidio por obedecer a esa autoridad? ¿Habría sido posible, tal y como se desarrolló, si los propios judíos, despojados de su condición de seres humanos por esa autoridad, no hubieran aceptado meterse en los trenes y en las cámaras de gas de forma ordenada? ¿Habría sido posible si numerosos judíos no hubieran colaborado activamente con los nazis, organizando y delatando a sus congéneres o si, como acusó Arendt, los consejos judíos no hubieran facilitado inventarios de sus congregaciones a los nazis? Recomiendo ver El hijo de Saúl al respecto.

Experimento por cuatro dólares

Stanley Milgram desarrolló su estudio con cuarenta participantes a los que convocó a través de un anuncio en el periódico que invitaba a formar parte de un “experimento de memoria y aprendizaje” por el que se les pagaría cuatro dólares. En el experimento participaban tres personas: el investigador, que llevaba bata blanca y representaba la autoridad; el maestro, que a través de un falso sorteo siempre le tocaba al voluntario; y el alumno, que era un cómplice del experimento.

El maestro se encargaba de suministrar descargas al alumno, que estaba sentado en una silla con electrodos en una habitación adyacente. Las descargas se iban incrementando en 15 voltios según las órdenes de la autoridad y se establecían etiquetas que indicaban los niveles: suave, moderado, descarga grave y XXX. El generador, por supuesto, era falso y solo emitía un sonido.

Elección o coacción

El maestro –el voluntario o sujeto analizado– debía enseñar pares de palabras que el alumno debía aprender y repetir. Si este fallaba, se le aplicaba una descarga. Cuando esto ocurría, el maestro-voluntario escuchaba las consecuencias de las supuestas descargas en la otra persona. Los gritos iban ascendiendo con el incremento de las descargas. Si el voluntario se negaba a seguir o preguntaba si era necesario, el investigador le repetía cuatro coacciones predefinidas: “siga, por favor”, “el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente necesario que usted siga”, “usted no tiene otra opción, debe continuar”.

El 65% de los voluntarios llegó hasta el final.

En los 90, el estudio se repitió en Francia. Allí se cambio el escenario del experimento. No se citaba a los voluntarios a una investigación sino a un concurso de televisión. Los voluntarios recibirían más dinero cuantas más descargas dieran. Más del 80% decidió llegar hasta el final, a pesar de los gritos del cómplice, que incluso en las últimas descargas fingía perder la conciencia.

La base de ‘Idiota’

Muchos de los elementos de estos experimentos están en la base de la creación de Idiota de Jordi Casanovas, tanto en la génesis de la escritura como en mi puesta en escena.

Hay también diferencias. Como el propio Casanovas indicó en un coloquio que celebramos en el teatro, a Carlos Varela (Gonzalo de Castro) se le coacciona con su propia responsabilidad, se le obliga a obedecer órdenes por sus errores en el pasado. Él es responsable de su situación, pero también él tiene la capacidad de poner fin a esa situación si acepta el juego, si obedece las reglas. Son reglas que van contra su moral, pero que le pueden permitir vivir mejor.

Un giro aún más perverso. Las coacciones de la doctora Edel (Elisabet Gelabert) no van dirigidas aquí a su ausencia de responsabilidad, sino a su incapacidad para tomar buenas decisiones que le permitan vivir mejor, aunque estas sean moralmente inaceptables. Pero la moral no es un dogma pétreo, sino que cambia según las circunstancias sociales o, incluso yendo más lejos, según las circunstancias personales.

¿Hasta dónde somos capaces de llegar para alcanzar nuestro propio bienestar? ¿Realmente somos libres a la hora de definir ese límite o vivimos empujados por una autoridad que nos coacciona señalándonos como perdedores si no lo hacemos? ¿Todos tenemos un precio? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por dinero?

Preguntas, preguntas y más preguntas.

Israel Elejalde