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Apuntes sobre ‘Ricardo III’

Apuntes sobre ‘Ricardo III’
8 noviembre, 2019 pablo

Ricardo ama a Ricardo. Esta es la triste réplica que lanza el protagonista de esta ¿tragedia? shakesperiana justo antes de caer abatido por el enemigo en un –aún más triste– intento de justificar su concatenación de terribles crímenes. Y ni siquiera está arrepentido. Ricardo III ha desterrado la conciencia del mundo y actúa en consecuencia. Tiene hambre y, como dice Víctor Hugo, ciertas almas tienen dientes por lo que es mejor no despertar su apetito.

Pero no es necesario despertar a Ricardo. Él ya nos espera sobre el escenario con todos sus sentidos alerta. Es él quien se va a ocupar de zarandearnos para que estemos atentos. Nos habla directamente, pulverizando desde su primer verso la cuarta pared. Se nos confiesa inapto para vivir en sociedad e incapaz de triunfar como amante y, sin embargo, nos seduce con irresistible habilidad para que pongamos a su servicio ese “profundo sadomasoquismo que todo público crea por el simple hecho de reunirse. Estamos allí –ese es el juego que Ricardo nos propone– para divertirnos con el sufrimiento de otros. Ricardo nos coopta como compañeros de tortura, compartiendo placeres culpables con el escalofrío añadido de que podemos sumarnos a las víctimas, si el corcovado dominante detecta cualquier falla en nuestra complicidad” (Harold Bloom).

¿Qué tendrán los malos que nos gusta mirarlos? ¿Qué morbo se desata en nosotros como espectadores del mal? Ricardo sabe que el mal nos atrae y juega con esa contradicción:

La antítesis de Shakespeare es la antítesis universal, siempre y por doquier; es la ubicuidad de la antimonia; la vida y la muerte, el frío y el calor, lo justo y lo injusto, el ángel y el demonio, el cielo y la tierra, la flor y el rayo, la melodía y la armonía, el espíritu y la carne, lo grande y lo pequeño, el océano y la envidia, la espuma y la baba, el huracán y el silbido, el yo y el no yo, lo objetivo y lo subjetivo, el prodigio y el milagro, lo modélico y el monstruo, el alma y la sombra; es esta sombría querella flagrante, este flujo y reflujo sin fin, este perpetuo sí y no, esta oposición irreductible, este inmenso antagonismo permanente, con el que Rembrandt hace su claroscuro y con el que Piranesi compone su vértigo“.

(Víctor Hugo)

 

Bloom mantiene que Ricardo III es un desastre dramatúrgico. Dice que es muy largo, que no tiene ni la belleza ni la profundidad de Hamlet y que los personajes, más allá del propio Ricardo, son poco defendibles. ¿Qué es entonces lo que hace que generación tras generación Ricardo sea una presencia permanente sobre nuestros escenarios? Ricardo es un “tipo”Un tipo no representa a ningún hombre en particular; no se superpone exactamente a ningún individuo; resume y concentra bajo una forma humana a toda una familia de caracteres y de espíritus. Un tipo no abrevia, condesa. No es uno, es todos. (…) porque, y aquí está el prodigio, el tipo vive. Si no fuese más que una abstracción, los hombres no lo reconocerían, y dejarían a esta sombra seguir su camino.”

Pero nosotros nos pegamos a él. Queremos más. Queremos ver de qué es capaz “este tipo”. Algunas escenas son casi imposibles de sostener como la famosísima en la que logra seducir a Lady Ana por encima del cadáver de su suegro, al que él mismo ha dado muerte al igual que a su marido. ¡Eso es irrepresentable! Nos produce hilaridad y espanto, pero nadie se lo quiere perder. Y una vez que la pobre Ana se marcha y volvemos a quedarnos a solas con Ricardo vuelve a intentar seducirnos. Nos divierte con su ironía sobre lo que acabamos de ver. ¡Nos pide que nos solacemos con su hazaña! Él mismo se admira de lo que ha sido capaz. Y con la misma energía inagotable nos promete que seguirá y seguirá. Lo quiere todo. Quiere el poder. Le entretiene conseguirlo a despecho de todo, maquinar cómo acceder a lo que todavía no es suyo. Luego en realidad no sabe qué hacer con el poder, de hecho, le aburre ejercerlo. Lo que disfruta es del vértigo de la caza. Tiene hambre de matar, no mata por hambre.

Es entonces cuando las palabras de Hugo resuenan: “el tipo vive”. ¡Claro que vive! Cada día en el telediario vemos ejemplos de otros “tipos” que harían pasar a Ricardo por un simple aficionado. Tipos que no son seductores, ni divertidos, pero que con toda seguridad desterraron la conciencia de sus países, ciudades, ayuntamientos. Que harían cualquier cosa por conseguir el poder tal y como hacen también todos los que rodean a Ricardo.

 

Cada época encuentra en Shakespeare lo que busca y lo que quiere ver. Dice Peter Brook que la obra debe traerse de nuevo a la vida con los ojos de hoy. Con los ojos del pasado, renovados por un sentido de la realidad del presente, las obras nos muestran nuevas formas, nuevas montañas y simas, nuevas luces y nuevas sombras.

Esa ha sido la intención de Antonio Rojano y mía al enfrentarnos a esta versión de Ricardo III. Una versión libre –o tal vez sería más exacto llamarlo reescritura– a partir del original. Queríamos hablar de nuestra propia época. Poco le importa a Shakespeare la historia. Él “transforma años enteros en meses, meses en días, en una gran escena, en tres o cuatro réplicas, en las que hacer caber toda la quintaesencia de la historia“. Poco importa que al parecer Ricardo no fuera históricamente ese ser malvado que describe Shakespeare, lo que importa es “que el tipo viva”. Ricardo III es una función plagada de, entre otras, envidias, corrupción de uno y otro color, luchas de poder y fake news y no queríamos dejarlo pasar sino fortalecer lo evidente.

Hemos intentado dar más entidad a los personajes que rodean a Ricardo y potenciar algo que está muy presente en el original: la comedia. Por eso me preguntaba al comenzar si, a pesar de todo, Ricardo III es una tragedia. Me viene a la cabeza la definición del humorismo que hace el maestro Pirandello: “el humorismo consiste en el sentimiento de lo contrario, provocado por la especial actividad de la reflexión que no se oculta, que no se convierte, como, generalmente, en el arte, en una forma de sentimiento, sino en su contrario, aun siguiendo paso a paso el sentimiento como la sombra sigue al cuerpo.” Ricardo me arranca carcajadas, pero la risa tiene un regusto helado porque sé que el humor de Ricardo es el mismo que el de esa clase dirigente que mira sin empatía ninguna el mundo que pretende gobernar. El humor sobre el que se construye un mundo sin atisbo de bondad. Y entonces, cuando la carcajada se agota, se convierte en el estertor de Tarquino tras violar a Lucrecia: el deseo ya frío deja sitio al asco helado.

Miguel del Arco
Director de Ricardo III

Fotos: Vanessa Rábade

 

Ricardo III se representa hasta el 17 de noviembre de 2019 en El Pavón Teatro Kamikaze.